martes, 9 de febrero de 2016

Y me prestó sus ojos

Empezaba uno de esos días de enero, apaciguada, había perdido el color de mi vida, no tenía la sonrisa que usualmente me conocía, estaba cansada, desgastada, agotada, no quería vivir, aún pienso que no quiero hacerlo, pero continúo porque he encontrado unas cuántas razones y motivos para seguir haciéndolo.

Entrecruzamos miradas, de esas en la que no dejas de pensar, de esas en las que tus manos empiezan a sudar porque no sabes que podías palpitar tantas veces a la misma vez. Nos veíamos a la misma hora, en el mismo lugar, sin hablarnos, sin vernos, solo nos mirábamos y aclaremos que es distinto ver y mirar, porque el simple hecho de ver, no es el mismo de mirar, justo ayer estaba pensando en esa metáfora de la vida, recordaba su piel blanca y sus ojos color café que siempre me gustaron, no podía dejar de mirarlo, pero tenía que disimular muy bien y creo que campeonaba en eso, porque tiempo después me dijo que no sabía si yo realmente estaba interesada en él.

Administré bien mi tiempo para poder llegar con él, cruzarnos, entrelazar esas miradas y las despedidas que nunca faltaban, de esas despedidas, que son con los ojos, y que sabes que al día siguiente también volverás a ver esos grandes ojos cafés.

Entre ida y venida, sentí que una mano recogía uno de los libros que se me cayeron, era él, íbamos a tener nuestro primer contacto, me estiró la mano y me entregó el libro, sonrío y se fue. Pululé tanto acerca del tema, que pensé en no sonreírle más, claro está que era extraño en mí sonreír.
Cambié de rutina y bajaba una o dos estaciones antes, con el simple hecho de no verlo más, en realidad si quería verlo, pero era un tipo venganza, creía que me extrañaría, esa venganza duró alrededor de diez días, yo solo trabajaba de lunes a viernes, cinco días a la semana, el berrinchito me duró dos semanas entonces.

Volví, sus ojos brillaron, lo sé, su corazón palpitó tanto como el mío. Se acercó, sentí su rostro tan pegado al mío, abrió su boca y me dijo: ¡Pensé que no te vería más! mi corazón no podía dejar de latir, si no sufrí un paro cardiaco en ese momento fue porque estaba a su lado, lo miré y solo sonreí, estiré mi mano y tomé el bus que me tenía que llevar a algún lado de la ciudad. 
Me fui, así como lo había hecho él, así. Quería que sintiera lo que yo sentí, no es engreimiento, es "Ojo por ojo, diente por diente" yo que había esperado que me saludara, y él solo se dignó a estirar la mano y sonreír, me di cuenta que cuando me hablo, lo dejé ir, por ese sabor a venganza que carcomía mi alma. Haría un mea culpa, pero me volví tan intensa con él, que no tendría sentido decirles las cosas que no le hice.

Al día siguiente, llegué un poco antes, un poco nerviosa, la noche anterior había entrado en crisis, no había terminado de leer dos de los libros que nos habían pedido para la clase de Economía, llegué antes con el único fin de encontrar asiento y poder sentarme para leer esos capítulos que estaban segurísima vendrían en mi examen, no lo vi, pero estaba tan desconcentrada que no me di cuenta, me senté y él estaba ahí, a mi costado, en mi bus, conmigo, me di cuenta que era él, por ese perfume suyo que se volvió en mi droga, me di cuenta que era él, porque estiró su mano, y me dejó verlo, me escribió en un pequeño papel: "Rafael" y yo incliné mi cabeza, quería confirmar que era el chico de los grandes ojos cafés al que amaba en secreto, que se había dado cuenta de mi existencia. Era él, estaba a punto de bajar y solo le escribí "Te amo".

Me esperó todos los días, caminábamos juntos sin hablar, solo lo miraba, no me hablaba porque según él también quería mirarme, me sentaba todos los días a su lado, observando esa piel blanquecina de la que me había enamorado, no podía dejar de soñar con el día en el que volviera a escuchar su voz.

Un lunes cualquiera, se acercó y me miró fijamente, me dijo que no podía dejar de pensar en mí, lo miré y le dije "Me hablaste" me miró fijamente nuevamente y me besó, ha sido el mejor beso que sentí, hasta hoy lo conversamos y se ríe tanto, que sé que fue feliz.

Desde ese entonces me prestó sus ojos para poder ver detrás de ellos, sus grandes ojos cafés que amaba, sus labios grandes color rojo, bien marcados que besaba con desesperación de perderlo.
Y así pasaron los días, teníamos fechas distintas en donde celebrábamos nuestros aniversarios, el primero, era cuando me recogió el libro, el segundo cuando me habló y me fui, el tercero cuando lo sentí tan cerca y el cuarto cuando me besó. Teníamos cuatro fechas distintas, se llamaban, "Las fechas de la felicidad" éramos muy unidos, pensábamos lo mismo, nos conocíamos demasiado bien, creo que por eso no funcionó o funcionó lo que tenía que funcionar.

Él amaba los gatos y a mí no me gustaban mucho, yo amaba leer y él me fotografiaba cuando lo hacía, me besaba la frente y las manos con la mayor delicadeza y dulzura que nadie habría tocado mi piel, me amaba tanto que no me explico a dónde se fue tanto amor, nunca lo juzgué, jamás volví a buscarlo. Después de tanto amor y de dedicarle mi sonrisa, se fue, no volvió más, no bajaba en la misma estación, no volví a ver esos grandes ojos y la camisa blanca que le quedaba tan bien, esa camisa negra que amaba y que con su piel blanca se entrelazaban para hacerlo aún más hermoso.
Se fue, devolviéndome la sonrisa, se fue dejándome su piel blanquecina en el alma.

Se fue y me prestó sus ojos

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